viernes, 17 de diciembre de 2010

Cómo veo a Vargas Llosa

Comencé a leer a Vargas Llosa de rebote. Le regalé "La casa verde" a mi vieja y lo leí. Sabía de él porque en el colegio era de lectura obligatoria "los jefes", y por esa razón no lo leí en ese momento, me bastó con saber el argumento y escuchar los morbosos comentarios que propiciaba la lectura de ciertas escenas para obtener la mejor nota en literatura. Por supuesto que tenía interés en esos pasajes, que con tanta profusión y claridad expone el nobel peruano, que la casa verde la leí de un tirón. Al principio me resultó difícil captar los saltos temporales y los giros regionales que un incipiente lector juvenil, más cercano a la adolescencia, podía conocer. Pero me gustó. Es más, me preparó para leer ese monstruo literario llamado Cortazar, que me gustó más. Por la misma época me encontré con los cien años de soledad, y también me encantaron.
Es en Argentina que leí el resto de Vargas Llosa, también del resto del boom latinoamericano. Conversación en la catedral fue una grata experiencia, literatura de calidad con un sentido social válido.
También accedía a los artículos que escribía en Caretas. De todo ese recorrido lo que más me gustó fue la guerra del fin del mundo, un texto amplio, muy bien redactado y con un argumento que combina lo político social con lo religioso y lo étnico.
Con cierta pena contemplé su involución política, como la de muchos, aunque en su caso fue un proceso, en otros una conversión. Como esta involución fue un proceso, también he contemplado como esta involución se transforma en una maduración que le permite ser un válido cuestionador de las estructuras vigentes.
Su participación en las elecciones peruanas fue un desatino personal ya que su dimensión literaria y humana no eran equivalentes a su interés político, y en este caso perdió porque evidentemente no representaba lo que el pueblo peruano quería.
Todavía muestra señales de esa ansia de reconocimiento masivo, que viene de masas, y que no lo logró en la política, y asoma en sus pasos tímidos, pero constantes por las tablas.
Ávido de aplausos, no se conforma con el reconocimiento académico y busca constantemente la pleitesía viva. Tal vez no lo logre, posiblemente como que es posible que ya no pueda escribir esas monumentales novelas que le han dado prestigio. Es todo un ser humano, y a veces nos olvidamos de esto, los que lo admiramos, y él mismo, aunque pretender ser dios, es parte del ser humano, mucho más si se es novelista.