martes, 21 de octubre de 2008

Afectividad y Vida Religiosa

Hace tiempo que no escribo. Pero el tema quedó en la afectividad, y este dentro de mi experiencia de vida religiosa. El término afectividad es amplio pero también específico. Amplio en el sentido de abarcar muchas situaciones humanas, casi todas, y específico porque en la persona es el enfoque desde una parte de lo que nos compone como eso: persona.
Si Freud tiene razón, el hombre responde en un esquema de equilibrio de tensiones, la vida y la muerte, el amor y el rechazo, la confianza y la sospecha, etc. Claro, también tiene razón la filosofía oriental (mis ancestros chinos) en el Yin y Yan, y la dialéctica de las contradicciones desde Descartes (¿Heráclito?) hasta Levinás, pasando muy especialmente por el brillante Carlitos Marx (no da puntada sin hilo, vale la pena leerlo, sin apasionamientos, su lógica es precisa).
Ese famoso equilibrio, es el que permite a la bioquímica entrar en la psicología (o psiquiatría) y verificar que los microelementos químicos que alimentan el cerebro deben tener un equilibrio tal que la abundancia o defecto de alguno produce las alteraciones a las que estamos acostumbrados vivir. Lo lamentable es que no conocemos exactamente la acción de cada elemento y se aplica mucho la estrategia del ensayo error, produciendo cada desequilibrio en algunos casos, con el problema que el ensayo solo puede ser aplicado en nosotros mismos, como seres humanos, ya que ningún otro ser animado posee la capacidad de entendimiento y voluntad del homo sapiens.

Pero volvamos a la afectividad y la Vida Religiosa. La pregunta es, ¿puede una vida ser afectivamente madura y al mismo tiempo ser casta?.
La castidad es producto de una renunciación. La cuestión es: ¿A qué se renuncia?, desde el punto de vista de la teología, que pàra mí es el único claro, es una renuncia al mundo, entendiendo al mundo como el poder de las afecciones negativas, en particular del egoísmo.

Esto es esencial, el egoísmo es la religión del YO, el mundo enteramente a mi servicio. Es la actitud natural del ser humano, se nace y sobrevive porque se tiene como objetivo la suprvivencia del yo. Pero esa supervivencia es dependiente, desde el nacimiento, y durante toda la vida. El yo exclusivo es incapaz de sobrevivir sin la colaboración del otro. Luego del nacimiento es evidente, absolutamente incapaces de sobrevivir por las propias capacidades, tiene que recibir la alimentaciòn, el abrigo y la salud de otro, particularmente de los padres. Y es en este proceso que se genera una dependencia y una afectividad que dialécticamente se entrega al niño egoísta por parte de los padres desprendidos.
Esa misteriosa afectividad es aprendida, pues es en el proceso de identificación con las figuras paternas que desarrolla esa solidaridad.
La tendencia egoísta permanece en el ser humano en la vida, pero necesita esos lazos afectivos, y necesita desprenderse de si mismo para completar su imagen humana. El yo egoísta es un ser humano absolutamente incompleto e inutil, solitario e incapaz de asumir valores superiores.
El hombre se encuentra con la aspiración a lo superior en esa dialéctica de la vida. La vida religiosa intenta poner el signo de la vida trascendente en la negación de los signos más notorios del yo egoísta: el placer, el poder y la riqueza material, por ello realiza los tres votos de castidad, obediencia y pobreza, como signo de la entrega al valor superior.
¿es esto raciona?, es más bien tema para otra entrada.

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